Viejito, pero vigente
Aprender a Convivir: el
Reto Inaplazable
7 de junio de 2006 Celine Armenta
¿Cómo saber si mis
certezas son algo más que soberbia ciega? ¿Quién me asegura que lo que yo creo,
es mejor que lo que cree el de enfrente?, son cuestionamientos necesarios y
casi heroicos, que debemos plantearnos para que nuestra democracia, recién
estrenada, salga fortalecida de la crisis electoral. Sin estos cuestionamientos
no tendremos la tolerancia e inclusión,
que son raíz y fruto de la democracia; simplemente no tendremos democracia.
El ejercicio es heroico porque nos obliga a reconocer la
ingenuidad ridícula de seguir creyendo
que poseemos la verdad, y los demás están equivocados.
Esto no es una condena al relativismo. ¿Son
honestas nuestras intenciones? ¿Nuestro voto buscaba bien del país entero y el
futuro de todos? ¿Asumimos la responsabilidad de ser voz de quienes no la tienen?
Entonces podemos confiar en que tenemos
la razón, y nuestra postura es mejor que todas. Pero también debemos asumir que
nuestra confianza no se apoya en evidencias de que nuestros juicios se
identifiquen con una verdad ideal preexistente. Lo que creemos es bueno y
verdadero por ser fruto genuino de nuestras conciencias informadas, de nuestra
generosidad, de nuestros valores; y a ello le debemos fidelidad, congruencia y pasión.
Lo interesante de esta postura, es que nos fuerza a mirar un
panorama con multitud de verdades y propuestas mejores que la de enfrente, lo
cual justifica la democracia electoral. Como no es realista consensuar los
caminos y metas nacionales de quienes honestamente sustentamos verdades
irreconciliables, optamos por un mecanismo casi arbitrario: el voto universal y
directo.
La votación no pretende dirimir las bondades de una propuesta
por encima de las demás; ni sus posibilidades de servir mejor a todos. En el modelo
mexicano, ni siquiera busca lo que quiere la mayoría. Nos gobernará quien tenga
unos cuantos votos por encima de los demás; por ello cada voto es importante; y
el fraude, o las sospechas de fraude, deben eliminarse.
Al final, habrá un partido en el poder y tendremos que empezar
a construir en serio la convivencia democrática. Todos tenemos la
responsabilidad irrenunciable de luchar porque nuestra visión tenga cabida en
México; y todos tenemos la obligación de asegurar ese mismo derecho para
quienes honesta y generosamente desean
otros horizontes.
Quien gobierne debe hacerlo para todos; asumir que incluso quienes no votaron por él,
lo eligieron, al aceptar el método electoral, sus órganos y tribunales. Quienes
votaron por la fórmula ganadora deben saber que son una minoría más. Quienes
disienten del partido en el poder deberán aprender del fracaso electoral y no
claudicar. Y todos, sin excepción, debemos vivir los próximos seis años en la
prosecución de nuestras metas, nuestros ideales, nuestros valores. Sin
malgastar la vida en luchar los unos contra los otros, sino por el contrario,
celebrando la diversidad; orgullosos de
tener la verdad, y de convivir con otros que también la tienen; aunque no
coincidamos con ellos.
Demasiados años de analfabetismo democrático nos heredaron una
intolerancia flagrante y una impúdica discriminación. Urge aprender a convivir
en la pluralidad; el futuro tiene prisa ¿estaremos listos cuando llegue?